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Foto del escritorYabebiry

La pierna y el bastón



Trabajar como doméstica te convierte automáticamente en un mueble inteligente y servicial. El grado de inteligencia depende de cada uno, desde luego, pero la casi invisibilidad es inherente al puesto. La clave es la siguiente: ser sin estar, solucionar sin acaparar, anticipar (siempre anticipar) y hablar- lisa y llanamente- si es requerido.

Si uno muere por protagonismo debe evitar el trabajo doméstico. Esa es mi humilde opinión -obviamente- porque hay tan poco lugar para el ego, como para el contacto visual. Y al final eso es bueno.

Porque si te miran, hay dos opciones: un pedido fuera de agenda o ganas angustiantes de charla. Cosa que suele ser para pelea y nunca se sabe... Puede terminar mal.

Pero si uno disfruta de pasar desapercibido, ¡esto es la gloria! ¿Que mejor? Es como una novela 4D, HD, interactiva y de horario extendido. La trama gira alrededor, envuelve todo y sacude todos los sentidos. ¡Uno hasta puede incidir en los sucesos si se conquista a la patrona!

La mia es tosca, fuerte y sensible. Pero sensible a lo emigrante española, para dentro y a escondidas. Bruta, niña e incapaz de demostración afectiva alguna.

A mi me da medio lástima. Porque ella me adora mucho y por eso me pelea. Y yo, para corresponderla, tambien la peleo (con respeto, porque es la patrona, pero la peleo). Así ella también se da cuenta de que yo la quiero.

Su debilidad máxima son los dulces. Al punto que entre ella y una buena porción de torta, no se interpone ni la diabetes. Y así va, meta bombones, caramelos y bolas de fraile, con pierna ortopédica y bastón de tres apoyos.

Cuando viene la nieta, pobre... chiquita, burguesita, inteligente, callada e indescifrable, le da miedo. Y es normal. A mi me daba miedo al principio cuando la doña me gritaba: “Beatriz, ¡alcanzame la pierna!”

Además que es una cosa horrible: de plástico, medio amarilla, medio color piel, con las articulaciones expuestas y una pantufla descolorida y de entre casa siempre colocada. ¡Un espanto! Y entre la pierna y la tosquedad española, la niña se asusta.

Yo le digo, “Rita, no le pida a la niña la pierna”. Pero a ella medio que le encanta el morbo. Le divierte verla caminando de acá para allá con la pierna de plástico que casi la iguala en altura y se mata de risa cuando le pide cambiar la pantufla por zapatos de fiesta.

Tendrían que verla... De noche, la muy pilla se las ingenia para robar caramelos de la cocina a escondidas. Sentadita en la cama, se estira, agarra el bastón y engancha la pierna entre los tres apoyos. De ahí, en un esfuerzo circense y admirable de equilibrio se arrima la prótesis, se la coloca y sale a bastonazos hasta el baño.

Yo me doy cuenta absolutamente todas las veces que pasa, porque mi cuarto queda de camino y de sigilosa como una pluma no tiene nada. Pero no siempre la reto. A veces me hago la tonta. Porque sé muy bien que la patrona disuelve con dulces el malestar que a la niña le provoca su pierna, el bastón, su carácter y la pantufla. Y quién soy yo para interponerme, ¿la doméstica?



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