Hace unos meses, dejé a mi hija con el padre y me fui de joda con una amiga. Yo no sabía que era un acto de rebeldía, porque vivo en un limbo de ingenuidad, pero fue imposible no advertir el micro impacto en el ambiente.
Ya había recibido alertas respecto a mi uso indiscriminado del ocio, incluso antes de ser mamá. Comenzó a partir de los treinta: señales tenues, pero incisivas, comunicando que ya era hora de calmar la cosa y empollar.
La diversión no es asunto de madres.
El ocio, pierde justificación en la vida de las mujeres y en las madres no se entiende... Es de mal gusto. Los adultos no juegan, las mujeres menos que menos y las madres locura, pecado.
Las madres se deben a sus hijos y deben hacer cosas que les beneficie directa o indirectamente. Nada más.
Por ejemplo: si la actividad trae dinero al hogar, vale la pena; si ayuda al compañero o esposo, buenísimo; si mejora el aspecto físico, claro que sí; si contribuye al crecimiento profesional, tal vez. Pero si la razón es única y exclusivamente las ganas... ¡Mamma mia! La diversión no es asunto de madres.
Vale aclarar que no llevo una vida altamente desenfrenada, ni creo en nada de lo que dije. Lo observó y lo ironizo porque así recargo mi resiliencia: percibo y me alejo (no pierdan mucho tiempo donde no los ven, ni los dejan ser).
Mi gran rebeldía es la siguiente: me gusta hacer uso de mi espacio personal y lo celebró. Lo necesito para ser en plenitud. Me gusta hacer cosas que me gustan y no siento culpa por ello (no tanta). Me creo en potestad de buscar y construir mi propia forma de vivir el mundo.
Amo ser madre, pero no nací para ello (no creo que nadie pueda o deba nacer para ello). Yo nací para ser yo. Nací para ser feliz y crearme a mí misma. Nací para animarme a contar la historia de quien soy, con todo el corazón. Y eso quiero enseñarle a mi hija: que corra entre los lobos.
¿Te has sentido libre creándote como madre?
Para nada.
Me ha costado mucho.
Me ha sido fácil.
He tenido que luchar mucho para lograrlo.
Vulnerabilidad, ante todo.
Me costó mucho querer ser madre. Nunca me pareció muy atractiva la idea de dejarlo todo por otro. Nada me resulta más anticonceptivo que la imagen de madre abnegada.
Cuando supe que estaba embarazada me vino un miedo horrible. Vi las dos rayitas, había esperado ese momento (estábamos buscando el embarazo) y sentí un verticalazo frío que gritaba “muere Yabebiry”.
Nace tu hija y muere Yabebiry. Se termina el juego, el extra, la reunión por fuera, divertirse, leer, crear, se termina todo eso que construiste -aún sin saber qué es y se termina para siempre. Chau lienzo de libertad y universo personal. Las buenas madres dejan todo por sus hijos.
A lo que voy, es que no la llevo de campeona. Nadie lo hace: la vulnerabilidad existe y lo que se ve, nunca está solo. Todos lo sabemos. ¿Por qué lo olvidamos?...
Yo no me fuí a Buenos Aires de campeona. Si mi amiga Emi no hubiera tomado la iniciativa y casi implantado la fecha, esto no sucedía. Mi mente y mis proyecciones, en esta etapa de la vida, están muy simbiotizadas con mi hija, la familia, las rutinas y las maratones cotidianas. Se llama apego.
Llegada la fecha me generó mucho estrés la aventura. Me vino culpa, miedo, me dieron ganas de cancelar y evitarme el insufrible momento de pensar y hacer la valija. ¡Hasta cambiar pesos a dolares me agobiaba! ¿Y saben que? De haber podido hubiera cancelado. Así de floja soy... Soy una cucaracha introvertida con sueños extrovertidos (pero ese es otro tema).
Sin embargo, en algo soy buena: me sumo dichosa a las aventuras que prometen felicidad. Tengo un radar de absoluto optimismo para detectarlas y cuando Emi propuso la idea, seguí me instinto, ignoré la culpa y dije sí. Sacudí el apego, callé el censor, ignoré las estructuras y aproveché la volada. Entiéndase: salté al vuelo..
La culpa, por si no le sacan la ficha, es esta: ¡pobre mi novio que se queda solo con todos!, ¿qué justificación tengo? No es viaje de trabajo, ni compromiso social. ¡Maldición voy a parecer una egoísta! ¿Soy egoísta?... Esa es la culpa, invalidandote, procupandose por el qué dirán (el famoso pensamiento chiquito).
La creatividad, por el contrario, es otra. Es esa energía que te eleva de las menudencias y te ayuda a poner en acción las ideas de ti misma y las formas de tu orgullo. Es el fuego interno que mantiene encendidas las ganas de todo. Incluso de ser la madre que querés ser (aunque cueste), para dejar de ser la madre que tenés que ser (aunque mucho cueste).
La creatividad es la energía que combustiona esa confianza y orgullo, para desenmantelar la culpa y recordar que tu creadora eres tú. Te invito a un mini-delirio cósmico: ahuya y grita conmigo. ¡Este cielo es mío! Cuenta la historia de quien eres con todo el corazón.
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